Cada persona está rodeada de un sutil campo de energía que suele llamarse aura. La mayoría de las personas no pueden ver el aura de los demás, pero eso no significa que no exista. Uno puede prepararse para “ver” esa energía tan extraña y a menudo tan hermosa.
Algunos psíquicos y sanadores entrenados pueden ver el aura humana con suficiente claridad como para utilizarla en diagnósticos sin tocar o hablar siquiera al paciente. La mayor parte de los psíquicos ven el aura como algo semejante a una luz trémula o gaseosa alrededor del cuerpo, que generalmente se extiende hasta unos 10 a 30 cm. De la piel.
Durante 5000 años, corrientes espirituales, sanadores y todas las religiones han hablado de una luz que emana de la persona.
Por lenta que sea la ciencia en captar con el ojo humano, no parece que haya una verdadera disputa en cuanto a la existencia del aura. Está compuesta de varias capas que tienen colores y texturas propios. Cada capa tiene un aspecto diferente y diferentes funciones para el cuerpo y el alma. Las capas son diseños de luz sumamente estructurados que se entrelazan en colores y texturas en constante movimiento. Las siete capas conocidas se mueven libremente unas dentro de otras.
Cada capa del aura está asociada a una de las chakras.
En una persona normal y sana, las siete capas del aura pueden ser visibles, intactas y claras. En una persona enferma el aura puede ser borrosa y tener manchas oscuras o ennegrecidas; puede ser peligroso, puede incluso estar intentando “sorber” energía del aura de otra persona. Toda experiencia afectará al aura igual que afecta al cuerpo físico.
Si por ejemplo, has estado trabajando demasiado durante varios años o has bebido mucho alcohol, indudablemente eso se notará en tu cara y en el interior de tu cuerpo en forma de enfermedad, quizá en tu hígado. El aura también mostrará esos años de abandono, con manchas alrededor del área del hígado y lo que se ha descrito como un vello mucoso alrededor de las capas del aura.
Leer el aura puede ser beneficioso en diagnósticos médicos, y es una lástima que muchos médicos rehúsen aprender a verla o se nieguen a admitir que existe.
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